Uno de los aspectos más gratificantes al enseñar ética en la facultad de derecho es estudiar el concepto del bien humano y lo que realmente implica. En resumen, cuando analizamos las acciones éticas, partimos desde nuestras propias experiencias para discernir lo que es correcto y lo que no lo es. El bien humano, entonces, representa el destino de estas reflexiones: la meta de hacer lo correcto en nuestra vida diaria.
¿Cuál es el objetivo de cada una de estas acciones? ¿Hacia dónde nos dirigimos? Nuestro deseo es simple: aspiramos a alcanzar una etapa en la vida en la que podamos mirar hacia atrás con la satisfacción de haber vivido plenamente, con felicidad y en armonía.
Comento que lo disfruto porque me brinda la oportunidad de entablar conversaciones con mis alumnas y alumnos sobre la importancia de visualizar desde temprana edad adulta un proyecto de vida al que deseemos aspirar. Este proyecto, sin duda, es perfectible y cambia a medida que crecemos, pero es preferible tener algo moldeable que carecer de él. En este proyecto deben incluirse absolutamente todos los aspectos de la vida, ya que así debe ser, no puede dejarse nada fuera.
Al hablar de esto, noto cómo sus rostros se llenan de incertidumbre al no tener idea de lo que desean o del tipo de vida que desean construir en esta nueva etapa adulta. De ahí surge la oportunidad de conversar con ellos sobre algunos aspectos que pueden contribuir al establecimiento de un proyecto de vida significativo.
Sin duda, el principal consejo que les ofrezco se remite al famoso concepto del eterno retorno planteado por Nietzsche. Este filósofo reflexionó sobre este concepto en su libro “La gaya ciencia”, presentándolo como un experimento mental para que las personas pudieran entender si estaban viviendo una vida auténtica.
Para inducir a las personas a reflexionar sobre ello, el autor propuso lo siguiente: “¿Qué pasaría si algún día o noche un demonio te robara en tu soledad más solitaria y te dijera: ‘Esta vida como la vives ahora y la has vivido, tendrás que vivirla una vez más e innumerables veces más; y no habrá nada nuevo en ella, ¿pero cada dolor y cada alegría y cada pensamiento y suspiro y todo lo indeciblemente pequeño o grande en tu vida tendrá que volver en ti’?”.
El eterno retorno, tal como lo entendía Nietzsche, es la máxima expresión del amor por la vida. Es decir, es tener la actitud de querer nuestra vida: con todo su dolor, aburrimiento y frustración, así como todo lo positivo que nos ha otorgado. Se podría traducir como el amor por nuestro propio destino. Si lo que estás haciendo o viviendo en este momento no desearías repetirlo, algo anda mal y debemos corregirlo. Debemos aspirar a vivir cada vez mejor, a ser mejores en todos los aspectos de nuestra vida.
Otro consejo importante es comprender que todo llega a nuestras vidas cuando estamos preparados para recibirlo, no antes ni después, sino en el momento en que tenemos las condiciones y aptitudes adecuadas. A menudo, observamos a personas que parecen estar alcanzando logros más significativos que los nuestros, o que llevan una vida que nos gustaría tener. Sin embargo, es crucial recordar que el éxito no viene de la noche a la mañana y que cada uno de nosotros es el arquitecto de nuestro propio destino.
Es esencial cultivar no solo la paciencia, sino también el trabajo diario y constante para ser la mejor versión de nosotros mismos. Debemos estar preparados para recibir aquello que anhelamos, y eso implica un compromiso continuo con nuestro crecimiento personal y la construcción de nuestro futuro.
Finalmente les diría: sigan adelante con determinación y esperanza, recuerden que, en cada decisión, estamos construyendo el tejido de nuestras vidas. Cada día es una oportunidad nueva para acercarnos a la realización de nuestros sueños y aspiraciones. No se rajen nunca.